Y su cabello era blanco, tan blanco...

La Victoria es un pueblito pequeño ubicado en la provincia de Cotopaxi, a pocos minutos antes de llegar a Pujilí. Aún hoy en día se respira tranquilidad, aire puro y mantiene esa comunión de hombre-montaña tan indispensable y tristemente casi en extinción que la humanidad experimenta en la actualidad. El estar ahí escuchando el lenguaje de las montañas, el vivir del campo y el reloj detenerse me hace envidiar y a la vez imaginar como sería de bella y tranquila la vida en ese sector hace 100 años. Intento retroceder en el tiempo e imagino a una niña libre, sencilla, humilde y trabajadora corriendo sin preocupación alguna por estas laderas. Una niña fuerte, orgullosa e inteligente que ayudaba en los quehaceres normales de aquella época; la imagino cogiendo leña, recogiendo frutos, ayudando en el arado y aprendiendo un arte que con el tiempo dominaría a perfección: cocinar. Pronto dejaría esta paz y esta gran vida por ir a la ciudad a buscar un porvenir para mejores días. Alguna vez me comentaron que sus padres al no tener los recursos suficientes para la manutención de todos sus hijos, la entregó a su madrina para que ella se encargara de su crianza y educación. La vida con su madrina no fue fácil; disciplina exagerada, mal trato y una formación con tendencia a la servidumbre más que la formación y educación académica. Esto provocó en esta niña una rebeldía acentuada, pues su anhelo siempre fue aprender e ir a la escuela, algo muy difícil para la gente de campo en aquella época. 
Con apenas 11 años huyó de aquella casa y fue a la ciudad de Guayaquil a buscar su destino. En los muchos trabajos que tuvo, uno de los que más influyó en su vida fue en un convento, donde aprendió muchos secretos en el arte culinario, trabajos de tipo manual, educación religiosa y sobre todo principios éticos que le ayudaron mucho en su vida.
Luego de tres años de vivir en Guayaquil armó maletas y vino a la hermosa ciudad de Quito. Es en esta ciudad donde se estableció definitivamente.
No conozco como fue su juventud, lo único que deduzco es que trabajó en mucho lugares, especialmente en el área de cocina. 

Mamá María tenía un toque muy especial al cocinar, no es exageración al decir que su sazón era casi celestial. No tenía falla, era simplemente perfecto. Su habilidad para cocinar era tal que desde su muerte nunca más, en ningún lado volví a probar esa exquisitez a la hora de comer. Era una especie de "chef" con paladar fino. No había plato que no supiera hacerlo; su menú iba desde platos tradicionales de cualquier parte del país, platos especiales, cócteles, una terrible variedad de postres, bebidas (incluidas alcohólicas), platos sencillos, platos complicados, todo lo imaginable. Era fantástico degustar sus creaciones. 

Era una mujer sumamente valiente, emprendedora y trabajadora. Tuvo 6 hijos (de los cuales vivieron 4), los crió prácticamente sola. Tenía un carácter fuerte, combativo a veces indomable; pero a la vez era tierna, comprensible, sensible y amorosa. Creo que al tener a sus hijos no volvió a trabajar en hoteles o en casas de gente adinerada cocinando; lo que sé es que en un canasto vendía pan en las calles y con ese dinero ganado se daba modos para abastecer de comida, techo y educación a sus 4 hijos. ¿Cómo lo hacía? No tengo la menor idea, pero salió adelante, sola. Creo que esa lucha diaria en las calles, sorteando peligros, temporadas de baja venta y la crianza de sus hijos  formó ese carácter tan impredecible. 
Debo mencionar que sus hijos estudiaron en colegios religiosos pagados. 

Su filosofía de vida era simple: servir y decir las cosas de manera directa. 

Recuerdo que Mamá María siempre veía por el más necesitado. En navidad, cada año, realizaba fundas grandes de caramelos las cuales regalaba a los señores que trabajaban recogiendo la basura en las calles, carteros y otras personas que vivían de la generosidad de la gente. Cuando niño le preguntaba el porque el regalar a esta gente los caramelos y su respuesta era: "Ellos tal vez no tengan un plato de comida o alguien que los abrace al llegar a casa, al menos con esa funda ellos reciben una pequeña muestra de afecto".
Cuando por televisión nos enterábamos de algún desastre natural y se pedía ayuda a damnificados, no perdía tiempo y se dirigía a los almacenes en el centro de la ciudad y compraba metros de toalla, las cortaba, cosía y se dirigía a la Cruz Roja a dejar para la ayuda, otras veces compraba botellones con agua y alimentos requeridos. Siempre ayudaba en estos casos.
Sé también que muchas veces tendió la mano a gente que necesitaba apoyo en su momento. Gente que venía de otras ciudades y pasaban apuros o muchachas que llegaban a la ciudad y no tenían un norte que seguir. Siempre tendió una mano y eso le sirvió a futuro llenarse de amistades verdaderas, de gente que siempre la quiso y por ende amistades eternas.
Fue una mujer sumamente prudente y sabia. Sus consejos y dichos son tan ciertos y tan válidos que han sido mi luz en estos años de momentos difíciles.
Tengo 2 anécdotas que definen y resumen como era conmigo y como sus actos influyeron en mi vida más que cualquier palabra.
Tenía 16 años y asistí a un concierto de "Mano Negra" en la Plaza de San Francisco, fue mi primer concierto, mis primeras salidas nocturnas y por ende, mis primeras relaciones "intimas" con el alcohol. Recuerdo que esa noche me embriagué por primera vez. Al llegar a casa y tratar de no hacer "notar" mi estado vomité en las gradas. Mamá María no dudó en atenderme y ayudarme, me preparó un café negro, limpió las gradas y me llevó a mi habitación; sin decir ninguna palabra, ningún reclamo, nada ofensivo. Solo me atendió y me ayudó hasta que yo quede dormido. A la mañana siguiente en mi primera resaca, de igual manera, me atendió y vio que yo esté bien. Ya entrada en la tarde se sentó conmigo en mi habitación y me aconsejó, me habló de los peligros de la bebida, de sus consecuencias, de como puede eso arruinar mi vida y de lo triste que ella se sentiría si yo fracasara por culpa de ese delicioso vicio. Sus palabras eran tiernas y a la vez fuertes; no era necesario insultar o alzar la voz para decirme las verdades y a la vez jalarme las orejas con dureza y ternura. Siento decir que por muchos años mi idilio con el alcohol fue muy intenso y mis noches de bohemia como estrellas en el cielo, pero cuando sentía que perdía el control y las cosas querían escaparse de mis manos sus palabras venían a mi mente y lo primero que hacía era volver a casa.
Mamá María siempre detestó el fútbol, no podía creer como 22 personas se golpeaban entre sí y corrían tras un pelota. Nunca compartió mi afición por ese deporte y cada vez que llegaba a casa golpeado era ella quien luego de rogarme que ya no practique este deporte me curaba y me dejaba listo para la próxima contienda. Una vez en mis 17 años, mis zapatos de fútbol se rompieron, el dinero que yo tenía ahorrado no me alcanzaba para comprar unos nuevos y al pedirle a mi padre y a mi madre que me los compren recibí una negativa de parte de ellos, mi hermana tampoco pudo ayudarme aquella ocasión. Se acercaba el fin de semana y algún amigo o vecino me prestó sus zapatos para poder jugar. Imagino que debí estar desesperado o preocupado por no tener aquel implemento. Una tarde Mamá María entró a mi habitación con un paquete envuelto en papel periódico, ¡eran unos zapatos para jugar fútbol! Sus palabras fueron: "No me gusta que practiques ese deporte, pero no puedo verte triste ni tampoco suplicando. Se que amas mucho jugar, así que hazlo". Hasta el día de hoy se me hace un nudo en la garganta el recordar aquel episodio. En completo silencio tomó uno de mis zapatos y lo llevó a un zapatero a que me confeccione unos zapatos para poder jugar. A pesar que siempre me rogó y suplicó que no juegue fútbol, cuando no podía hacerlo fue ella quien me ayudó a que siga jugando. No importaba lo que pensaba o quería, importaba lo que yo amaba y deseaba. Nunca me impuso nada, amaba y respetaba a su manera.

Siempre fue fuerte y ágil, hasta el final de sus días fue una mujer íntegra, agradable y activa. A los 96 años dejó físicamente este mundo, no la venció ninguna enfermedad, ningún problema. Sus últimos años de vida fueron de descanso, de tranquilidad, de camaradería. Fue amada y respetada por todos, por mis amigos, por sus amigos, por los vecinos, por los familiares. Nos mantuvo unidos y protegidos. Su cabello era largo y completamente blanco. Alguna vez leí en la Biblia que las canas son la corona de una persona. Pues la corona de Mamá María era grande y altiva. Ese cabello reflejaba su alma, blanca y brillante.

La ciencia, la lectura y el aprendizaje me llevaron a la conclusión de que dios no existe. Pero al mirar el amor que emanaba por su mirada entendí que ahí habitaba Dios y que es real.

Paul McCartney la define de mejor manera: "Cuando no me siento bien y es tiempo de problemas, Mamá María viene a mí, hablando palabras de sabiduría, déjalo ser......

Y así lo hago hasta el día de hoy.... déjalo ser...